miércoles, 27 de agosto de 2008

DILEMA DEL DIVORCIO Y SEGUNDO CASAMIENTO



Todo el que repudia a su mujer y se casa con otra, comete adulterio; y el que se casa con una repudiada por su marido, comete adulterio.
S. Lucas 16.18


Es posible que la cuestión del divorcio y el derecho a volver a casarse sea el dilema más difícil que afronta la Iglesia cristiana de nuestros tiempos. Es cada vez más difícil encontrar parejas que toman en serio las palabras: «Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre», o sea parejas que creen que el matrimonio significa la fidelidad entre marido y mujer hasta que la muerte los separe (cf. S. Mateo 19.6).


SE PUEDE ROMPER EL LAZO MATRIMONIAL, PERO NUNCA SE PUEDE DISOLVER


La mayoría de los cristianos en la actualidad creen que el hecho de divorciarse y volver a casarse es permisible tanto moral como bíblicamente. Dicen que, aunque Dios odia el divorcio, lo permite como concesión a nuestra condición pecaminosa. Explican que, a causa de la dureza de nuestro corazón, los matrimonios pueden «morir» o disolverse. Es decir, Dios reconoce nuestras flaquezas y acepta el hecho de que, en un mundo caído, no siempre se puede lograr la situación ideal. A través del perdón de Dios, siempre es posible comenzar de nuevo, aun con un nuevo matrimonio.



Sin embargo, ¿qué sucede con la promesa de unión que los cónyuges han hecho, tal vez sin darse cuenta, ante Dios? ¿Significa el perdón de Dios que podemos negar esa promesa? ¿Permite Dios la infidelidad alguna vez ? Así como la unidad de la Iglesia es eterna e inmutable, así también el matrimonio refleja esta unidad y es indisoluble. Al igual que los cristianos del primer siglo, creo que mientras vivan los dos que hayan formado un matrimonio, ninguno de los dos puede volver
a casarse después de divorciarse. La pareja que Dios ha juntado en la unidad del Espíritu se mantiene unida hasta que la muerte la separe. La infidelidad, de parte de uno o los dos cónyuges, no puede cambiar este hecho. Ningún cristiano tiene la libertad de casarse con otra persona
mientras viva aquella con quien se había casado antes. Va de por medio el vínculo de la unidad.
Jesús dijo claramente que fue a causa de la dureza del corazón que Moisés, bajo la ley, permitió el divorcio (cf. S. Mateo 19.8). Sin embargo, entre sus discípulos, los que habían nacido del Espíritu, la dureza el corazón ya no constituye una excusa válida. Moisés dijo: «El que se divorcia de su esposa debe darle un certificado de divorcio». Sin embargo, dijo Jesús: «…todo el que se divorcia de su esposa, excepto por motivo de infidelidad conyugal, la induce a cometer adulterio, y el que
se casa con la divorciada comete adulterio» (S. Mateo 5.31-32). Los discípulos comprendieron claramente esta palabra decisiva de Jesús: «Si se es el caso entre esposo y esposa, es preferible no casarse» (S. Mateo 9.10). Moisés permitió el divorcio por pura necesidad, pero eso no cambia el hecho de que desde el inicio el matrimonio fue creado para ser indisoluble. Un matrimonio no puede ser disuelto (aun si el lazo ha sido roto), ni por el esposo que abandona a su esposa adúltera, ni por la esposa que abandona a su marido adúltero. El orden de Dios no puede ser anulado tan fácilmente ni tan a la ligera.



San Pablo escribe con la misma claridad a los Corintios:


A los casados les ordeno no yo sino el Señor: que la mujer no se separe del marido. Sin embargo, si se separa, que no vuelva a casarse o que se reconcilie con su marido. Y que el marido no despida a su mujer (1 Corintios 7.10-11).


También escribe el Apóstol: «La mujer está ligada a su esposo mientras él viva; pero si muere el esposo, ella queda libre para casarse con quien quiera, con tal que él pertenezca al Señor (1 Corintios 7.39). Y en Romanos dice: «Si se casa con otro hombre mientras vive su esposo, será
considerada adúltera» (Romanos 7.3).


Ya que el adulterio es una traición de la unión misteriosa entre un hombre y una mujer que son una sola carne, es un engaño de lo más abominable. El adulterio siempre debe ser confrontado claramente por la Iglesia, y el adúltero debe ser llamado al arrepentimiento y recibir
disciplina (cf. 1 Corintios 5.1-5).


LA RESPUESTA A UN VÍNCULO ROTO ES LA FIDELIDAD Y EL AMOR


Aun si Jesús permite el divorcio por razones de fornicación o adulterio, nunca debe ser el resultado inevitable ni una excusa para volver a casarse. El amor de Jesús reconcilia y perdona. Los que buscan un divorcio siempre se quedarán con una mancha de amargura en la conciencia.
No importa cuánto dolor emocional haya causado un cónyuge adúltero, el cónyuge herido debe estar dispuesto a perdonar. Sólo podemos recibir el perdón de Dios para nosotros si estamos dispuestos a perdonar a otros (cf. S. Mateo 6.14-15). El amor fiel es la única solución para
un vínculo roto. Ha sucedido varias veces en nuestras comunidades que un cónyuge casado ha sido infiel a Cristo y a la Iglesia, nos ha abandonado y después se ha divorciado de su cónyuge y se ha vuelto a casar. Casi siempre, el cónyuge abandonado ha decidido quedarse en la Iglesia, fiel
a sus votos como miembro y sus votos de matrimonio. Aunque haya sido muy difícil tomar esta decisión, y más aun cuando se tienen hijos, sin embargo representa parte de la ofrenda del discípulo. Si creemos en Dios, Él nos dará la fortaleza para mantenernos firmes. En todas las ceremonias de bodas de nuestras comunidades, se le pregunta a la pareja:


Mi hermano, ¿promete nunca seguir a su esposa? y, mi hermana, ¿promete nunca
seguir a su esposo, en lo que es malo? Si uno de ustedes se alejara del camino de
Jesús y quisiera abandonar la Iglesia y el servicio de Dios en unión con la comunidad,
¿promete siempre colocar su fe en nuestro Maestro, Jesús de Nazaret, y la
unidad en su Espíritu Santo, por encima de su matrimonio, y también cuando
sean confrontados por las autoridades del gobierno? Les pregunto esto, sabiendo
que un matrimonio está construido sobre la arena si no está construido sobre la
roca de la fe, la fe en Jesús el Cristo.


Aunque esta pregunta pueda parecer muy dura para algunos, contiene una gran sabiduría. En cierto sentido, simplemente nos recuerda las alternativas que tiene por delante cualquier persona que dice ser discípulo: ¿Estamos listos para seguir a Jesús sin importarnos el costo? El
Señor mismo nos advirtió: «Si alguno viene a mí y no sacri.ca el amor a su padre y a su madre, a su esposa y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, y aun a su propia vida, no puede ser mi discípulo» (S. Lucas 14.26). Si una pareja toma en serio esta advertencia, puede causar una separación, pero la santidad de su vínculo matrimonial en realidad se protegerá. No estamos hablando sólo del matrimonio como tal, sino del vínculo más profundo entre dos personas unidas en Cristo y en su Espíritu Santo (cf. 1 Corintios 7.15-16). Cuando un hombre o una mujer se mantienen fieles a su cónyuge, a pesar de cualquier in.delidad de parte del otro, representa un testimonio de esta unidad. La fidelidad a Dios y su Iglesia siempre puede engendrar un nuevo compromiso y una nueva esperanza. Hemos observado más de una vez que la fidelidad de un cónyuge creyente ha llevado al cónyuge incrédulo de nuevo a Jesús, de nuevo a la Iglesia y de nuevo al matrimonio.


LA VERDADERA FIDELIDAD SIGNIFICA MÁS QUE SIMPLEMENTE ABSTENERSE DEL ADULTERIO


Aunque Dios odia el divorcio, también juzgará a los matrimonios fracasados o donde ya no hay amor, lo que debe ser una advertencia para todos nosotros. ¿Cuántos de nosotros nos hemos comportado de manera dura y fría con nuestros cónyuges en un momento u otro? ¿Cuántos miles de parejas simplemente llevan una vida de coexistencia en vez de amarse mutuamente? La verdadera fidelidad significa más que simplemente abstenerse del adulterio. Debe ser un compromiso de cuerpo y alma. Cuando los esposos carecen de un compromiso mutuo y llevan vidas separadas o aisladas, no falta mucho para que llegue la separación y el divorcio.


Todas las iglesias deben luchar contra el espíritu del adulterio dondequiera que lo encuentren. Y no estoy hablando simplemente del adulterio como un acto físico: en cierto sentido, cualquier actitud dentro de un matrimonio que debilite el amor, la unidad y la pureza, o impida un espíritu de reverencia mutua, constituye adulterio porque alimenta el espíritu del adulterio. Por eso Dios dice que la infidelidad del pueblo de Israel constituye adulterio (cf. Malaquías 2.10-16).
En el Antiguo Testamento, los profetas utilizaban el concepto de la fidelidad en el matrimonio como una ilustración del compromiso de Dios con Israel, su pueblo escogido, su novia (cf. Oseas 3.1). De manera similar, el Apóstol Pablo compara el matrimonio con la relación de unidad entre Cristo, el novio, y su Iglesia, la novia.


Sólo podemos considerar claramente el tema del divorcio y nuevo matrimonio dentro del marco de estas imágenes bíblicas. Cuando una iglesia no hace nada para apoyar a los matrimonios de sus propios miembros, ¿cómo puede decir que es inocente cuando se desbaratan estos matrimonios? Cuando se rehusa a declarar que «lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre», ¿cómo puede esperar que sus miembros casados mantengan su compromiso para toda la vida? Al considerar estas preguntas, debemos evitar dos peligros. Primero, no podemos estar de acuerdo con un divorcio; segundo, nunca debemos tratar con legalismo o rigidez a los que sufren la angustia y el dolor del divorcio. Al rechazar el divorcio, no podemos rechazar a la persona divorciada, aun si se ha vuelto a casar. Siempre debemos recordar que, aunque Jesús habla muy fuertemente contra el pecado, nunca carece de compasión. Sin embargo, ya que Jesús anhela llevar a todos los pecadores a la redención y sanidad, exige que haya arrepentimiento por todos los pecados. Lo mismo sucede con cada matrimonio desbaratado. Es claro que nunca debemos juzgar. Al mismo tiempo, sin embargo, sobre todo debemos ser fieles a Cristo. Debemos recibir y seguir toda su verdad, no sólo aquellas partes que parecen llenar nuestras necesidades
(cf. S. Mateo 23.23-24). En nuestra comunidad cristiana, por lo tanto, ningún miembro bautizado puede divorciarse y volver a casarse si todavía vive un ex cónyuge. Asimismo, ningunos de los esposos que tengan antecedentes de divorcio y hayan vuelto a contraer matrimonio pueden llegar a ser miembros totalmente mientras sigan viviendo dentro de una relación matrimonial. El volver a casarse agrava el pecado del divorcio y evita la posibilidad de reconciliarse con el primer cónyuge. Nosotros creemos firmemente en una fidelidad matrimonial que dure toda la vida. Ninguna otra posición concuerda con el amor auténtico y la verdad.


TODO ES POSIBLE PARA DIOS


Naturalmente, para evitar el divorcio, la Iglesia debe ofrecer a sus miembros dirección y apoyo práctico mucho antes de que se desbaraten los matrimonios (cf. Hebreos 10.24, 12.15). Aun cuando sólo existan pequeñas señales de que corre peligro un matrimonio, lo mejor es ser sincero y franco al respecto. Una vez que una pareja se ha distanciado demasiado, puede hacer falta un cambio geográfico así como un período de tiempo para que se encuentren de nuevo. En una situación así, como lo que sucede cuando un cónyuge se ha vuelto abusivo, puede ser necesaria una separación temporal. Sobre todo, cuando sucede este caso, la Iglesia debe encontrar maneras concretas de ayudar a los dos cónyuges, primero a que busquen el arrepentimiento y luego encuentren la confianza mutua y el perdón que son necesarios para restaurar el matrimonio.


Qué lástima que en nuestra sociedad actual, la fidelidad es tan rara que ha llegado a considerarse como una virtud «heroica». ¿No se debe dar por sentada la fidelidad, como el fundamento de nuestra fe? (Cf. Gálatas 5.22.) Como seguidores de Cristo, ¿no debemos estar dispuestos todos a mantenernos fieles hasta la muerte, a Cristo, a su Iglesia y a nuestro marido o mujer, tanto en los buenos como en los malos tiempos? Sólo una determinación de esta índole nos permitirá mantenernos .eles a nuestro voto matrimonial. El camino del discipulado es un camino angosto, pero a través de la cruz, cualquier persona que escucha las palabras de Jesús puede ponerlas
por obra (cf. S. Mateo 5.24). Si es dura la enseñanza de Jesús sobre el divorcio y el segundo matrimonio, será simplemente porque tantas personas en la actualidad ya no creen en el poder del arrepentimiento y del perdón. Será porque ya no creemos que lo que Dios ha juntado puede
mantenerse unido, por su gracia; y que, según dice Jesús, «todo es posible para Dios».


No debe haber nada que sea demasiado difícil para nosotros si es un requisito del evangelio (cf. S. Mateo 11.28-30). Si examinamos la enseñanza de Jesús sobre el divorcio y el nuevo casamiento dentro del contexto de nuestra fe, veremos que es una enseñanza de gran promesa,
esperanza y fortaleza. Es una enseñanza cuya justicia es mucho mayor que la de los moralistas y filósofos. Es la justicia del Reino, y está basada en la realidad de la resurrección y la nueva vida.


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